Dione

  La historia del ballet cubano registra momentos que marcan. hitos en su devenir. Uno de ellos, revestido de particular relevancia,  el estreno de Dioné, primer ballet clásico creado por un compositor cubano -el maestro Eduardo Sánchez de. Fuentes- que fuera llevado a la escena por el maitre y coreógrafo Georges Milenoff, el 4 de marzo de 1940.

Múltiples son las significaciones que podemos encontrar en el acontecimiento, pues el mismo marcó tanto el inicio de una nueva etapa en la práctica del arte del ballet en .cuba, como en -la gestión histórica que habria de caracterizar la carrera de dos de sus figuras fundamentales: Alicia Alonso y Fenando Alonso.

Después del primer periodo iniciado por Nicolás Yavorski, que abarcó de 1931 a 1938, la Escuela de Ballet de la Sociedad Pro-Arte Musical de La Habana, a despecho de gran parte de sus directivos, comenzó la búsqueda de metas mucho más ambiciosas. La iniciación profesional de sus tres alumnos -Alberto Alonso, miembro del Ballet Ruso de Montecarlo desde 1935; Fernando Alonso, integrante del elenco del Ballet Mordkin en 1938; y Alicia Alonso, vmculada conjuntamente con Fernando Alonso a famosas comedias musicales en los Estados Unidos en ese mismo año y al American Ballet Caravan en 1939-, más la generosa comprensión y el audaz apoyo de Laura Rayneri, madre de los hermanos Alonso y Presidenta de la institución desde 1934, fueron creando el clima necesario para la transformación de las tradicionales fiestas de fin de curso en verdaderos festivales de ballet, y del grupo de incipientes alumnos en un conjunto danzario con aspiraciones cada vez más amplias.

 En junio de 1939 se había hecho cargo de la dirección de la Escuela de Ballet de Pro-Arte el maestro Georges Milenoff. Nacido en Bulgaria, hijo del general Chrosteff, director de la Escuela Militar de Sofía, y de Suzanne Gautier, una conocida bailarina francesa, Milenoff había estudiado con Nicolás Legat. Después de haber alcanzado el rango de solista en el Ballet de la Opera Nacional de Bulgaria y en la compañía de Ida Rubinstein, vino a Cuba por primera vez en 1929 como integrante de la Ópera Rusa. Dos años más tarde volverá al frente de su propio grupo para marchar a los Estados Unidos, donde desarrolló una amplia labor en filmes y espectáculos musicales de ·Hollywood y en su Academia, fundada en la ciudad de Sto Louis. Con toda esa experiencia, Milenoff se propuso desde un principio dar al Ballet de Pro-Arte un rumbo diferente al seguido durante el liderazgo de Yavorski. Por ello no fue difícil su identificación con los anhelos de un grupo de artistas -bailarines; músicos, compositores, díseñadores- para los cuales la práctica artística encerraba algo más que un diletantismo o un pasatiempo para entretener a la frívola burguesía habanera.

«Cuando hablo de crear el ballet cubano clásico -declaraba a la prensa a raíz de su nombramiento como dírector de la Escuela pienso en traer a Cuba el gran’ arte, el cual, nacido en Italia, floreció en Francia y alcanzó su perfeccionamiento en Rusia. El ballet es un arte que tiene una historia brillante y para luchar por su futuro desarrollo y para contribuir a enriquecerlo he venido a este país.»

Pocos meses después de iniciar su trabajo en Pro-Arte, Milenoff se vinculó estrechamente al maestro Eduardo Sánchez de Fuentes, uno de los más afamados compositores cubanos, y Presidente por entonces de la Academia Nacional de Artes y Letras, con la finalidad de obtener su colaboración en los planes futuros del joven conjunto de ballet. De esa asociación surgió el proyecto de Dioné, que junto a Vals, con música de Strauss, y Carnaval, de Schumann, habría de integrar el primer programa presentado por Milenoff tras casi un año de trabajo en Cuba. 

Dioné, leyenda sinfónica en un acto y dos escenas, partió de una idea original de Sánchez de Fuentes, que Milenoff convirtió en un libreto definitivo como «la historia de todos los amantes jóvenes y apasionados, que tienen el valor de buscar la felicidad por sí mismos y a despecho de todos los obstáculos». y si bien es cierto que el mismo estuvo estructurado siguiendo los patrones de los argumentos frecuentes en las producciones del ballet europeo de· finales del siglo XIX, tales como romances de jóvenes de la nobleza, recreados en ambientes de bosques y selvas exóticas, con la presencia de seres fantásticos y elementos de la naturaleza humanizados, su tratamiento coreográfico, su concepción escénica y el propio hecho de ser realizado en

Cuba, le conferían una validez y un aire de novedad desconocidos hasta entonces por nuestro movimiento de ballet. Para llevar adelante el montaje se hacía necesaria la presencia de un nutrido grupo de bailarines, y muy especialmente de una pareja de solistas, a la cual se confiarían los roles principales, no carentes de díficultades técnicas e interpretativas.

Todo ello fue posible gracias a dos circunstancias especiales:

durante los nueve meses de trabajo de Milenoff el número de alumnos de la Escuela se había duplicado; y por otra parte se contaba con la cooperación decidida de Alicia Alonso, ya destacada solista del Caravan, y de Fernando Alonso, quienes a pesar de verse obligados a realizar su labor profesional en los Estados Unidos, no dejaron nunca de brindar su apoyo a los esfuerzos que en el campo del ballet se hacían en Cuba. Ellos no sólo prestaron su más abierta colaboración personal, sino que, como harían a través de toda su historia posterior, s~ esforzaron por vincular a nuestro joven ballet a otras valiosas figuras extranjeras. Fue así como junto a ellos, intérpretes de los roles de la princesa Dioné y su pretendiente, el córtesano Girom, respectivamente, estuvo Newcomb Rice, destacado bailarín del Caravan, quien tuvo a su cargo el papel de Armando, otro de los personajes importantes de la obra. Dioné, con diseños de Federico Villalba y Manolo Roig, y el acompañamiento musical de la Orquesta Sinfónica, bajo la dirección del maestro Gonzalo Roig, subió a la escena del antiguo teatro Auditorium de La Habana en dos ocasiones: la tarde de su estreno, y en una funcíón abierta al público, el día 6 de marzo, en virtud de los continuados esfuerzos de un grupo de entusiastas -al frente de los cuales se encontraban los Alonso-, que se afanaba por sacar el ballet de los marcos exclusivistas y hacerlo llegar a los más amplios sectores del pueblo.

  Cálidamente recibido por el público, el estreno se hizo acreedor de elogios muy positivos de la crítica, la cual, si bien no dejó de señalar debilidades y desaciertos, supo encontrar asimismo innegables valores, y muy especialmente el aliento renovador que la obra insuflaba.

«En su coreografía -afirmaba Antonio Quevedo desde las páginas de la revista Grafos- Milenoff ha resuelto, a mi juicio con bastante acierto, la bella concepción de Massine, que pretendia realizar en sus coreografías una graduación dinámica, desde la acción de lempo lento y la danza estatuaria hasta los grandes clímax, dando la impresión de un gigantesco regulador musical, y creando así una sinfonía plástica.

La acción de Dioné se presta a este juego dinámico en su plasticidad y en su música, y parece haber sido concebida así deliberadamente: en efecto las primeras danzas tienen cierta concepción estatuaría, pero después, un mundo de fantasía se anima musicalmente con los mil rumores de la selva, en donde genios, monstruos, ninfas y espíritus elementales, despertados por el renacer de la primavera, llegan a una plenitud coreográfica. El ballet, impulsado en crescendo, vuelve a tomar nuevos bríos en la escena de la coronación de los príncipes, movida con notable modernidad, y una pantomima que da la perfecta sensación de equilibrio rítmico de las masas, pone fin espectacular y colorista al ballet». Más adelante señala también el crítico lo positivo del trabajo conjunto del compositor y el coreógrafo: «El maestro Sánchez de Fuentes ha concebido una música perfectamente adecuada a la acción y la pantomima del ballet, música de danza, en la que la fluencia y espontaneidad melódica se asocian en felices momentos con pinceladas instrumentales de discreta modernidad, difíciles por sus combinaciones de timbres, de captar en una primera audición.

El solo de como inglés, que un sátiro toca desde su rica atalaya, es una fragante melodía, plena de sabor bucólico. Las danzas en la selva, especialmente las de las zumbonas abejas, están compuestas con agradables motivos musicales, que una fina técnica coreográfica complementa.»

Con la experiencia derivada de la puesta en escena de Dioné, se abrió una etapa diferente para el ballet cubano. Un nuevo nivel de calidad, con aval profesional, había sido establecido, así como el criterio de que un trabajo de colaboración entre los diferentes crea dores era condición indispensable para triunfos futuros. A partir de ese momento y hasta la fundación del hoy Ballet Nacional de Cuba, que en 1948 encontrara el camino definitivo, cada Festival de Ballet celebrado por Pro-Arte evocó esa experiencia.

Hoy,  aquel estreno, significó el principio de la producción del arte del ballet en Cuba, que hoy es del disfrute de todos, y la escuel cubana de ballet ha obtenido los mayores reconocimientos en la arena internacional, no podemos menos que recordar con emoción y agradecimiento la confianza que en nuestra patria y en nuestros artistas, depositara el maestro Milenoff, y que lo hiciera afirmar, de manera profética: «En Cuba existe mucha energía creadora y mucho talento. Hay aquí un campo muy rico para el ballet, en el cual la flor transplantada florecerá con nueva energía».