Repertorio de danza clásica III

Las nuevas formas coreográficas

La danza estadounidense, una tradición en evolución constante

No hay mejor momento que éste para echar una mirada al futuro de la danza estadounidense.

Por Octavio Roca*

Es tanto lo que viene, tanto lo que queda atrás, y tanta la incertidumbre e inmensa promesa de todo lo que tenemos por delante, que todo nos indica que este siglo joven está presenciando un cambio decisivo en la historia de la danza estadounidense. Una mirada franca a los artistas estadounidenses en acción revela un panorama amplio de la danza, de clásica a moderna, a postmoderna y más allá.

Cada una de nuestras tradiciones de danza tiene un sabor distintivo, y cada una de ellas demanda atención: los legados vivientes de George Balanchine y Antony Tudor, el genio siempre sorprendente de Merce Cunningham, la exuberancia estadounidense de Paul Taylor, la dedicación social de Bill T. Jones y Joe Goode, junto con una vibrante generación nueva de coreógrafos que están respondiendo al asombroso crecimiento de compañías de danza y de su público de costa a costa.

Más que nada, el optimismo y audacia pura que siempre ha distinguido a la danza estadounidense están vivos y gozan de buena salud desde Nueva York a San Francisco, desde Miami hasta Seattle y desde Houston hasta nuestra capital en la ciudad de Washington. Viven en la animada iconoclasia de Mark Morris, en la invención de Lar Lubovitch, en el abandono llamativo de Michael Smuin, en el redescubierto amor de Broadway por la danza, y en cada actuación audaz que trata de redefinir lo que es y lo que no es la danza. Los bailarines estadounidenses de hoy representan los aspectos más finos, los más excitantes y los más diversos de la riqueza cultural de nuestro país.

El aspecto fenomenal de la danza es que hacen falta dos para dar significado al fenómeno. El significado de la danza no surge en un vacío sino en público, en la vida real, en el momento mágico cuando el público presencia una actuación. Lo que hace única a la danza estadounidense no es simplemente su mezcla distintiva y multicultural de influencias, sino también la mezcla distintivamente estadounidense de su público. Esa mezcla es aún más un crisol de culturas a medida que avanza el nuevo milenio. Y ofrece un relato apasionante y de una variedad única de la danza y de los bailarines al enfrentar una nueva era.

La nuestra es una tradición en cambio constante cuya vitalidad misma es lo que dejaremos a las generaciones futuras: los vaqueros y marineros junto a los cisnes mágicos y confites, las danzas de cuestionamiento político y las danzas de la alegría pura del movimiento, el desinterés y el optimismo, la generosidad del espíritu, la excitación teatral elemental que es la promesa cada vez que se levanta el telón. La danza estadounidense permanece viva al asegurar que nunca seguirá siendo la misma, que es una tradición viviente, la tradición estadounidense. El enriquecimiento de esa tradición involucra no sólo mirar adelante hacia la próxima sorpresa sino también mirar hacia atrás con orgullo y afecto a los gigantes de la danza estadounidense que han hecho posible el futuro.

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“El ballet es como una rosa”, dijo una vez George Balanchine. “Es algo hermoso y uno lo admira, pero no pregunta qué significa”. En el jardín colorido de la danza del siglo XX, Balanchine, quien había nacido y estudiado baile en Rusia, cultivó la rosa estadounidense: exuberante, brillante, optimista y triunfante. Revolucionó el ballet para todos los tiempos, cambió el significado del clasicismo, fomentó la velocidad y el atletismo que encontró en el Nuevo Mundo, e hizo de estas cualidades una parte integral de la naturaleza misma de la belleza en movimiento.